Ésta es de todas las creencias falsas la que más me angustia, quizás porque ha sido el emblema de mi familia durante décadas. Recuerdo que mis padres me decían que a ellos poco les importaba que yo vendiera hot dogs, estudiara filosofía o administración, pero lo que sí me pedían era ser la mejor en lo que hiciera, que diera todo de mí. Aparentemente, suena muy benigno el asunto, digo todos los padres quieren orientar a sus hijos y motivarlos, pero la verdad es que esta frase encierra una poderosa trampa.

Lo primero es lo primero, a veces resulta que aquello que te gusta hacer no es lo que mejor se te da y, por si eso fuera poco, también pasa que se te dan cosas que no te gustan. La otra cosa algo complicadilla – tratada en el texto anterior- es saber qué te gusta y para qué eres hábil, sobre todo en ciertos momentos de la vida no es tan sencillo saberlo con certeza. La pregunta más importante de todas es: ¿qué quiero hacer… qué me gusta realmente?

Cuando creces con esta sentencia de “si vas a hacer algo, hazlo lo mejor que puedas”, generalmente se produce un efecto “enloquecedor”, cuando haces algo te pones a evaluar si lo estás haciendo lo mejor que puedes, te ataca el síndrome de la perfección, y entonces viene la frustración, porque sin duda siempre hay una forma mejor de hacer las cosas, por otro lado, cada quién considera que la mejor forma es tal o cual y a los ojos de los demás quizás la forma que una elige no sea la mejor. La reflexión profunda acerca de las vocaciones y las necesidades personales ayuda a poner las cosas en su lugar y empezar por una misma, es decir, concentrarte en qué es importante para ti y aprender a valorar tu propio ritmo y tiempo: tu singular forma de hacer tus cosas.

Mi mamá siempre dice una frase que leyó en alguna parte “hay 1.000 formas diferentes de lavar los platos y todas están bien, lo importante es que a la persona que la use le funcione”, creo que es una afirmación contundente. Poco importa la habilidad, si tu vocación es pintar y eso te hace feliz aunque tus obras no sean como las de Picasso o Frida Khalo, eso qué importa, pinta, ¡PINTA! Los grandes maestros decían que su trabajo dependía el 1% de la musa y 99% de la sudoración, lo que significa que para conseguir realizar algo que deseas simplemente hay que trabajar en ello, dejarse ser en lo que se hace, no juzgar tu trabajo y dedicarte a hacerlo con toda la pasión que te movilizó a tal oficio, el resultado y la técnica perfecta son lo de menos.

Cuando no se está con el síndrome de la perfección uno es más libre y cuando se es libre también se es más uno mismo y entonces se crea un espacio para la verdadera creación, la que vienen de adentro de uno mismo: la que nace del deseo. Las crisis de vocación de los últimos tiempos están relacionadas sin duda con esta creencia porque una empieza a investigarse no desde el deseo de hacer algo sino desde la habilidad de hacer algo y desde su conveniencia, y la mayoría de las veces ese conocimiento sobre tus habilidades y la pertinencia del tal o cual oficio… no viene de ti misma sino de afuera. Tu padre dice: “pero hija si eres buenísima para las matemáticas”, tu vecino te comenta “niña, explota ese don, es pecado que lo tengas y no lo hagas” y tu madre “¿poeta?, te vas a morir de hambre por Dios”. Pues yo digo, qué don y qué don por favor, si yo no quiero sacar cuentas toda mi vida…. importa un comino si tengo don para los números. Recuerdo cómo Pinkola describe de bien este dilema en Mujeres que corren con los lobos. Nosotras, las mujeres, con el paso de los años terminamos haciendo un millón de cosas que nada tienen que ver con lo que queremos, es como estar en el metro a la hora pico y sin tu querer ser arrastrada a entrar en un vagón cuando lo que quieres es esperar el próximo. A veces uso la frase “que paren el mundo que me quiero bajar”, creo que refleja muy bien esa sensación egotista de habitar un mundo ajeno que de repente te tocó vivir, pues no, la verdad es que vives lo que decides vivir y ya es hora de recuperar el deseo y hacer lo que quieres.

La modernidad (especialmente en las ciudades) impone una forma de vivir que es sicótica, apurada, frenética, caray… resulta que ya no se tiene tiempo ni para ver una flor, ni un amanecer ni para disfrutar una simple ducha matutina (ni hablar del buen sexo sin horarios ni rutinas prefijadas). En este desenfreno resulta que nos queda complicado detenernos y replantear la vida a cada tanto. Hacer las preguntas filosóficas necesarias: ¿me gusta lo que hago?, ¿qué quiero hacer?, ¿estoy feliz y satisfecha por la manera en que vivo? Sin el espacio para la reflexión no más no se puede decidir el camino, sabes, preguntarte como dice Castaneda: ¿este camino que estoy recorriendo tiene corazón?

Estas ideas de perfección se cuelan en todo y casi siempre se las aplicamos a las relaciones de pareja… ¿qué tengo que hacer para tener más, para dar más, para recibir más, para que sea perfecta mi relación?… en cambio casi nunca nos preguntamos: ¿estoy bien en esta relación, es lo que deseo? y ¿él desea una relación conmigo? Creamos un ideal, el cuento color rosa del matrimonio o el noviazgo, a la love story. Así queremos que sea porque si es así es perfecto y yo puedo, tengo que dar lo máximo de mi, y querida resulta que a veces te empeñas en dar y dar sólo por decir: lo logré, conseguí la perfección, no quiero otro fracaso, no se puede cambiar de planes a mitad de camino, hay que terminar lo que se comienza y así. Cuando eso pasa, lo que guía tu actitud y las cosas que decides no es tu deseo profundo sino tu necesidad de aprobación, tu necesidad de triunfo, tu narcisismo, tu ego.

El amor es un sentimiento hermoso y está bien que desees tener una relación de pareja con ese ser que tanto amas, pero lo más importante es el sentimiento, tenerlo dentro, poderlo sentir, compartirlo, y no que las cosas se den como tú las quieres y al ritmo apresurado del mundo moderno. Casi por costumbre, el que ama busca la perfección, crear un mundo perfecto junto al ser amado. Es el sentimiento que desencadena el enamoramiento, pero la realidad es que es algo aprendido culturalmente y por eso no te cuestionas nada de lo que haces, sientes o crees.

El amor no posee a nadie ni a nada, la condición básica para el amor legítimo es la no posesión, tu libertad y la del otro al que amas. El que ama libera y se libera y la única forma de poderlo experimentar es dejar ser al amor en total libertad, sin etiquetas, sin limitaciones, sin prenociones acerca de la perfección. Parece que toda mujer espera a su príncipe azul, todo hombre desea bajar a la princesa de la torre y salvarla, estos clichés de las películas son aprendidos y permanecen en el inconsciente colectivo de manera fuerte, arraigada, casi inamovible. Pero no son una sentencia si logras revisarlos y colocar antes que ellos tus deseos más profundos. Amar y ser amada… querida que te amen en lo que eres, ama al otro en lo que él es…. y no a través de los clichés, no evalúes tu relación en función de los medios masivos de comunicación ni de las historias urbanas ni de la relación de tus padres.

El deseo de hacer algo o el que se siente por alguien generalmente está a flor de piel, está encima de las capas de la famosa cebolla pero creemos que está debajo porque nos la pasamos piensa que te piensa. Reconocer el deseo es ver un menú de un restaurante y decir hoy se me antoja un banana split o cuando alguien pasa su mano sobre tu cabeza y todo tu cuerpo dice…. “uhmmmm me gusta la sensación”. Las crisis se producen por la “intelectualización” del deseo, por tratar de cernir tus deseos con el tamiz de la mente y evaluarlos sólo con tus pensamientos… a eso siempre se le añade la cosa de qué es lo que me conviene, qué es lo perfecto… y la mezcla resulta mortal, fatal, porque el deseo termina casi moribundo dentro de tantas convencionalismos y sentencias.

En muchas ocasiones lo mejor no es lo más tuyo, lo que más te significa. Pensar que debieras hacer y pensar “lo mejor” es una perfecta tumba para tu esencia personal, para tu deseo. Puede que a veces coincida tu deseo con lo mejor para los demás o lo mejor que dice la sociedad, si es así, pues no te produce conflicto y estás bien, pero si te angustias es porque requieres de soltar ese asunto de “lo mejor” y dedicarte a ver qué es lo que realmente deseas, date tu tiempo, no hay apuros, es una tarea importante así que hazla con calma, disfrútala y reconoce que no todos somos iguales ni tenemos el mismo ritmo ni tiempo, así que manos a la obra: busca y encuentra tu deseo, sí, allí está no se ha muerto, querida.

TU DESEO ES MUY FUERTE, ES COMO LAS FLORES TERCAS QUE CRECEN ENTRE LAS RUINAS.
Nadir

Creencias falsas:

Soy lo que tengo y lo que hago.

Lo externo a mí tiene la culpa de mis condiciones de vida.
Ser un(a) soñador(a) es malo, lo mejor es ser realista.

Somos sólo esta existencia física, lo material: nuestro cuerpo, nuestras ideas y emociones.

Estamos solos, solas, y somos diferentes de los demás.

Es bueno ignorar a la gente negativa que se me acerca y a las cosas negativas que me pasan.

Es malo no saber para dónde vamos, la que no tiene metas en la vida es un(a) fracasado(a).

El famoso si vas a hacer algo, hazlo lo mejor que puedas.

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5 comentarios

  1. […] La construcción de una ética personal requiere de todas tus experiencias, todas. Necesitas las veces que has hecho las cosas hábilmente y también de cuando has sido torpe. Yo no concibo que haya otra forma de aprender. Además tus errores no te definen. […]

  2. Gracuas a ti, Margarita. Ánimo. Te mando un abrazo
    Nadir

  3. Siiiiii, hay que abrir la mente y ser…., estamos atados a muchas creencias que nos paralizan, e leido Tolle Eckart y siento que este momento es para mi un renacer , busco ser conciente con cada instante.

    Gracias Nadir por su percepción me ha alimentado el espíritu,alma,ser,

  4. Gracias, Yice. :)))) Me da mucho gusto tu comentario. :P
    Abrazo,
    Nadir

  5. me ha sasinado este blog parece mentira pero tenemos una manera tan retrorica de ver las cosas y al mismo tiempo equivocadas yo soy una de esas personas me lo lei de principio a fin muy bueno

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