Veamos qué te sucede durante el viaje

¡Ya has llegado a la ciudad donde vas de vacaciones!

Algunas veces los viajes son en un mismo sitio y otros son con escalas de pocos días en sitios diferentes.

Cuando se trata de un solo sitio la sensación de «desorden» de vida es menor, porque tratamos de reconstruir en este nuevo sitio una especie de hogar temporal. En cambio, cuando el viaje tiene muchas escalas de pocos días, la vida, la mente y el alma, resienten más la falta de hogar fijo, el exceso de movimiento, la no identificación con el ambiente circundante. Sufrimos una especie de choque por falta de referencias físicas estables y conocidas.

El ser humano moderno está poco acostumbrado a la vida nómada. Aunque se diga que ahora existe un nuevo tipo de gente que habita en espacios virtuales y se siente cómodo en ellos, la verdad es que la naturaleza humana necesita del contacto físico con una tierra, un espacio, y con personas de carne y hueso. Necesitamos el contacto físico conocido, real, familiar.

En los tiempos de los cazadores recolectores (nómadas) las relaciones sociales eran distintas a las de hoy, el ser humano no estaba construido sobre su propia individualidad (aislada), sino que pertenecía a una especie de ser humano «compartido», cada individuo de dichas sociedades era un individuo colectivo. En este contexto moverse de sitio no era tan angustiante, porque nunca se sentía la sensación de aislamiento y soledad, ni tampoco de indefensión ante el mundo y sus condiciones materiales.

El grupo social proveía no sólo de un respaldo emocional, de una identidad colectiva con la cual te vinculabas, sino que además el hogar era simbólico constituido por mitos, leyendas, tradiciones que podían moverse de un lugar a otro sin causar estragos mayores en los diferentes individuos. Era una sociedad con todas sus certezas sociales encarnizadas en ellos mismos, digamos que se movían y con ellos se movía todo lo importante de su sociedad (el núcleo permanente y eterno de su cultura), portaban con ellos su seguridad, su protección, estaban a salvo porque estaban juntos y eran iguales: del mismo clan.

Con la modernidad, la propiedad privada y la urbanización vinieron el progreso y el control sobre las condiciones de vida, pero también vino la individualidad, cada día más crónica y enfermiza en las grandes ciudades. Nadie vela por nadie, somos islas perdidas flotando en un mar globalizado, islas aisladas, o al menos eso es lo que creemos y los miedos que tenemos por esta situación se refuerzan y basan en esa creencia.

Al viajar, más aún si lo haces solo, esa falsa creencia en el aislamiento crece, aumenta, se materializa. El miedo que surgió con la individualidad progresivamente desarticuló las redes sociales de apoyo. Dichas redes en la actualidad están debilitadas, pero siguen allí de alguna forma no tan físicamente (ideas, creencias, situaciones) definibles como antes, pero espiritualmente: siguen allí energéticamente vivas. Una punto a tu favor será reconocer que todos estamos conectados de alguna manera aunque físicamente vivamos separados.

Durante tu viaje, piensa y reflexiona sobre eso, sobre cómo apesar de cambiar de sitio físico, de ciudad, la gente que te rodea sigue siendo tan ser humano como tú. Trata de sentir la conexión con lo vivo, con todos los seres vivos y con la nueva tierra que pisas (que es la misma de tu país natal, de la ciudad donde vives pero un poquillo más allá o más acá, depende desde donde la mires).

Me gusta escuchar las conversaciones de los demás cuando viajo, observar el lenguaje corporal de las personas que me rodean, no importa si no entiendes la lengua que hablan los otros, eso es lo de menos. Todas las personas se abrazan, se angustian, lloran y se enamoran en las diferentes partes del mundo. Ese lenguaje del amor, de la emoción es universal.

Si eres sensible y puedes conmoverte ante una escena de amor aunque los enamorados hablen en ruso, habrás puesto en su lugar a tu ego que decide que te amargues porque no entiendes lo que dicen. Tienes que sentir que igualmente tu corazón, tu alma, tu intuición si entiende y se fortalece con esta comunicación universalmente amorosa. Más que entender, habrás sentido, te habrás conectado a tu presente y a las emociones humanas que renuevan al mundo, a los que vivimos en él y queremos la paz en todas sus expresiones.

Si por momentos, entras en angustia, porque la gente no te entiende, o porque aún hablando el idioma local, algo en los otros te angustia o te molesta, relájate. La gente no tiene por qué vivir como tú lo dices, y en eso está el secreto de tu paz mientras viajas, en aceptar eso, y en tener la mente y el corazón abierto a la diferencia, a la heterogeneidad dentro de lo parecido que podemos ser todos los humanos.

Somos parecidos y al mismo tiempo tenemos unas particularidades muy interesantes de suma riqueza. Salvando las distancias y no atendiendo a rigurosidades científicas, diría yo que somos una misma familia pero diferentes especies, como hablar de los canes y sus diferentes razas. (Por qué sentirse mal con la comparación si somos del reino animal al igual que el resto de los mamíferos.)

Con una actitud de aceptación y de abrazo a lo nuevo, a lo diferente, tendrás más posibilidades de que tu viaje se vuelva una experiencia enriquecedora. «A donde vayas haz lo que vieres» dice el refrán así que imita los movimientos de los cuerpos de esta gente nueva para ti, imita sus ademanes, las posiciones de su boca y de su cara cuando están hablando su idioma, aunque sea muy diferente al tuyo. Haz un esfuerzo por aprender frases viajeras, las cordiales, como gracias, permiso, buenos días en el idioma local, no importa que te salgan mal o no pronuncies perfecto, pero las personas de todas partes agradecen que los viajeros traten de saludarles o agradecerles en su propia lengua.

Esto del idioma puedes empezarlo hacer desde antes de llegar, en la fase previaje. Me gusta comprar de esas guías idiomáticas prácticas que incluyen lo básico para poderse comunicar. Eso es un paso hacia la aceptación del otro ser humano, de su forma de vida, al usar estas palabras habrás abierto una puerta para la convivencia y la cordialidad con un ser humano que por más diferente que sea y viva con respecto a tus costumbres es tan parecido a ti.

Durante un viaje feliz una de las cosas básicas es salir de los circuitos preparados para el turista «de revista». En esos sitios poco podrás conocer la cultura local, allí todo es impostado, preparado, falso, y lo verdadero del país que visitas seguirá oculto para ti. Trata de conocer gente del sitio, personas nacidas allí y que te puedan recomendar algunos lugares donde van ellos, donde se relajan, donde comen. Conseguirás acercarte más a la gente y no pasarte tu viaje rodeado de turistas. No seas un turista, sé un viajero curioso.

Con respecto a los alimentos, cada vez que llegues a un sitio pregunta cuál es la comida local y pruébala. Come todo lo que te ofrezcan que sea lo típico allí en ese sitio, descubrirás sabores, olores, formas de alimentarse diferentes. Cambia de horario come a los horarios en que comen en ese sitio, no importa que te parezca raro cenar a las 11 pm como hacen en Buenos Aires. Tal vez no podrás dormir bien luego de lanzarte un bife completo a esa hora si eso pasa conversa hasta las 2 a.m. o sal a escuchar o bailar tango mientras tu estómago hace su trabajo.

Yo disfruto mucho haciendo cambios en mi vida, no se me dan solitos y aveces me incomodan, pero yo los busco, y los hago. Mi tendencia es no hacerlos, pero yo me obligo tiernamente y sin estrés a vivir los cambios y acostumbrarme a ellos.

No niego que a veces me va fatal físicamente…, como cuando hace unos días me cayó mal un plato típico siciliano, la arancine. Pase tres días para digerirla, lo juro, pero me encantó, luego le agarré el truco comer menos, sólo una y no dos como lo hice el primer día por glotona. Me gusta saber cómo se preparan los alimentos y si alguna familia local te invita a degustar de la comida casera ni lo pienses dos veces, ¡hazlo! Y si tienes fortuna y te permiten ver a la mamma italiana en la cocina durante los preparativos de la cena, siéntete halagado porque habrás vivido y presenciado el pulso de la vida cotidiana en el lugar que visitaste.

Otra rica experiencia es ver cómo la gente vive, es decir, sus horarios de trabajo, la distribución de sus casas, cómo decoran, sus gustos, sus rutinas, pregunta todo lo que te dé curiosidad y te parezca distinto a tu país. Como ese asunto de que el agua del excusado gira al revés, en sentido diferente a las manecillas del reloj, en los hemisferios norte o sur. ¿Asombrado?

Escucha las conversaciones de política y economía local, te extrañará ver que en todas partes la gente se queja de lo mismo. Cuando veas que se quejan mucho, pregunta qué es lo que más les gusta de su país o de su ciudad o de su pueblo, lleva a tus anfitriones o la gente local a un estado de reconciliación con su propia cultura y vida. Condúcelos hacia un estado de ensoñación, hacia el recuerdo de la niñez. Verás qué hermoso todo lo que te cuentan de sus vidas. Cuéntales la tuya. Lo más apasionante de estas conversaciones es notar que el ser humano en cada rincón del mundo se conmueve con las mismas cosas y situaciones.

Si viajas con niños, aprovecha para que tus hijos aprendan a convivir y amar las diferencias entre los seres humanos, honra la diferencia y cultívales el amor por el cambio. Mi madre siempre dice que las personas que serán felices en el siglo XXI serán aquellos que aprendan a vivir en la incertidumbre, que aprendan a ser felices y a estar en paz sin certezas materiales (hablo de pensamientos, ideas, emociones rígidas, todas son materia). Si enseñas a tus chiquillos a apreciar todo lo que se mueve en la vida, lo que cambia, lo que muta, habrás hecho tu mejor labor como padre o madre, le habrás regalado a tus hijos una herramienta estable que podrán usar en el resto de su vida para ser feliz pase lo que pase, incluso durante un viaje.

Viajero: respeta la diferencia, más que respetarla disfrútala, abrázala, quiérala. Ese es la enseñanza más valiosa que podrás atesorar cuando tu viaje termine.

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