Reflexión de lunes | La mayor fuente del sufrimiento humano procede de la necesidad que tenemos de auto-legitimar nuestra condición de víctimas. ¿Víctimas de qué? De la crianza que recibimos, del mal humor de nuestra pareja, de la crisis mundial, de tu ex, de los banqueros, de nuestros defectos («así soy, qué más puedo hacer»), de la genética («soy hipertenso, mi mamá también lo era»), de los maestros, del lugar donde nací, del clima, de nuestra falta de formación académica o del exceso de ella, de nuestros vecinos, de nuestra delgadez o gordura, de las emociones, de nuestra belleza o fealdad, de las leyes, de la corrupción política… [y así hasta el infinito]. No somos víctimas de nada ni de nadie. Lo que lees: no eres una víctima. Si te comportas como víctima, así te auto-tratarás y así te tratarán los demás. La única manera de estar en paz es dejar de ser víctima y comenzar a hacerse responsable de la vida propia. ¿Duele el proceso que nos lleva a generar mayor tranquilidad para nosotros mismos? Sí, pero temporalmente. ¿Sufres? No. Sentir dolor no es lo mismo que sufrir. Hay una gran diferencia. Las personas que dejan de ser víctimas hacen acciones precisas para cambiar lo que no les gusta de su vida y también ayudan a que el mundo sea un lugar más habitable, para todos y todas. Hacen lo que tienen que hacer, lo que desean hacer, sin sentirse víctimas. El victimismo paraliza.
Feliz lunes,
Nadir Chacín @nadirchs
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