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a Taika Ramé

Han sido días, semanas, de pensar y pensar, de no escribir nada, de simplemente parasitar(me) sin más. He terminado, por las causalidades de la vida, viendo dos películas, “Alguien voló sobre el nido del cuco” y “Sinécdoque, Nueva York”, que le han dado sentido a mi ataque de “pensadera” más reciente. Vengo a hablarles de ellas no tanto por las películas en sí mismas (que ya las mirarán) sino de lo que han hecho en mí. Hace meses que vengo pensando ¿Qué hago aquí en este mundo?, supongo es una pregunta más común de lo que creo. A veces veo el mundo y ante su dinámica absurda no puedo negarme a que surja la duda, ¿cuál es el sentido de estar viva? ¿De estarlo ahora y aquí?

Las películas me han hecho reflexionar sobre dos escenarios/comportamientos: encerrarme en mis propios procesos (en mi lucha por sobrevivir) o ampliarme, dejar que mi vida se extienda y que toque la existencia de los otros. Dejarme vivir. La realidad tal cual la conocemos está simplemente desbocada, parece un caballo sin control lleno de miedo y que lucha por sobrevivir(se). No me gusta esa realidad, pero si ésta es el reflejo de lo que yo hago habré de preguntarme más seguido: ¿cuál es mi responsabilidad en que la realidad sea así y no sea de otro modo?

Durante la respuesta a esa pregunta es cuando se arruga el corazón y sangran sus heridas: desidia, apatía, desencanto, tristeza, impotencia. ¿Cómo me organizo en el día a día, qué hago, qué dejo de hacer, para que esta realidad compartida se encarrile? La realidad tal vez nunca sea como yo la espero, ¿por qué lo tendría que ser? La realidad no está allí para hacer lo que yo diga, la realidad es un consenso social, la hacemos entre todos. Pero ¿quiénes son esos “todos” que han llevado al mundo por el camino que ha seguido? Son los “todos” que yo también creo en mis relaciones con los demás. ¿Encerrarme o salir del nido? Volverme más loca, tal vez. He allí el dilema. ¿Competir con los demás hasta que los más débiles sean arrojados del nido para que yo exista o cooperar, colaborar, confiar? ¿Accionar mis motivos de una manera tan contundente como para que -aunque yo muera- la semilla del cambio toque a otro o a otra hasta hacerlo más consciente? ¿Actuar yo? ¿Ser más consciente yo… es suficiente?

El sentido de mi vida sigue sin escribirse, pero veo más claro que todo depende de mí, nadie vendrá a darle sentido a lo que yo misma no pueda darle un sentido. Quizá sea inevitable eso tan humano de andarme repitiendo y repitiendo como un disco rallado, andar mil veces viviendo las mismas situaciones, sintiendo lo mismo, haciendo casi siempre lo mismo. Volver a vivir la misma cosa una y otra vez, no lo sé, quizá la repetición tiene su sentido también, uno que va más allá de mí misma. Todo lo vivido se parece, pero no es exactamente igual, no son copias idénticas. El mundo de este instante es irrepetible, lo que vivo ahora es irrepetible, aunque se parezca a otra cosa. Lo único que me queda es mi propia habilidad para aprender mientras me equivoco, para seguir confiando a pesar de los errores. Ser siendo.

He tomado el camino correcto, quizás sea el menos transitado, no lo sé tampoco… Sé que tiene desvíos temporales y curvas, que cada tanto aparece un bosque en medio del desierto, uno diferente cada vez, parecido pero no el mismo. Aparece para que yo no olvide los árboles, el verde, la vida. Aprovecharé el bosque cuando lo vea, da igual si se parece a otro o no, lo aprovecharé aunque no logre verlo aún, aunque sepa que más adelante hay un desierto que también da igual si se parece a anteriores desiertos o no. Le diré a otros que hay un bosque, lo gritaré si es preciso, que existe y que yo lo he visto. Lo diré más veces. Diré menos veces lo de los desiertos. Aunque yo muera… Aunque los demás mueran… La misión de la especie seguirá viva, eso es suficiente. Mi misión es habitar el bosque, cualquier bosque, sentirlo, mientras esté viva y aquí. Mi misión es habitar ese bosque contigo, con ustedes, hasta que sepamos sin la menor duda que habitarlo es una repetición irrepetible y es nuestra. Uno a la vez, cada bosque.

Buen domingo,
Nadir Chacín
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Todas las cosas cambian; nada muere. El espíritu ambula de aquí para allá, y ocupa el marco que le place… Porque aquello que una vez existió ya no es, y lo que no era ha llegado a ser. Así, el enorme círculo de movimiento ha girado una vez más. […] Sólo de los cuerpos en los cuales habita este yo eterno, imperecedero e incomprensible, se dice que tienen un fin.
Bhagavad Gita


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