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| Parafraseo a Marshall B. Rosenberg |

Cuando accedemos a hacer algo con el único propósito de evitar el castigo, apartamos la atención del valor que tiene la acción en sí misma. En cambio, nos centramos en las consecuencias que sobrevendrían si no hacemos lo que se nos pide. SIEMPRE que se recurre a la fuerza punitiva, se deteriora la valoración que las personas involucradas tienen de sí mismas. ¿Nos interesa que los demás hagan caso o velar por la dignidad de todos los seres humanos por igual?

El castigo también se cobra un precio en la buena voluntad de los demás. Si estas personas nos consideran administradores de castigo, difícilmente responderán de un modo adecuado a nuestras necesidades. La comunicación está rota. El castigo también incluye etiquetar al otro con un juicio y en retirarles ciertas concesiones. El uso punitivo de la fuerza genera hostilidad (violencia genera más violencia) y refuerza la resistencia a la conducta que nos gustaría propiciar.

Ante la represión sólo quedan dos opciones: el sometimiento o el desacato. Ninguna tiene nada que ver con la comunicación y el diálogo, mucho menos con el respeto. Culpar y castigar a los demás no sirve para que tengan las motivaciones que nos gustaría que tuvieran. Reflexionemos. Seamos estratégicos.

Nadir Chacín
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«El problema con la familia es que los hijos abandonan un día la infancia, pero los padres nunca dejan la paternidad.» Osho

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