bromelia

A Mariana Castro por Thelma & Louise

En el año 2000 cuando empecé a migrar nunca me pregunté a mí misma sobre el tema de las raíces. Que si se pierden. Que si te vuelves una apátrida. Que si ya no eres ni de aquí ni de allá.

Siempre me han dado igual las raíces que te fijan a una tierra concreta. Ha de ser que soy más del tipo planta epífita, con raíces aéreas.

A mí me gustan los lugares donde estoy aprendiendo cosas interesantes sobre mí misma y ya está. En las épocas en que me siento estancada y el dolor me gana dejo que mi dolor se exprese como mejor pueda. A veces despotrico contra el país en donde estoy y otras contra la gente de ese lugar. Nunca han durado mucho esos días grises. Ahora tengo claro que yo gobierno mis emociones y mis circunstancias. Sobre todo lo que hago con ellas. Eso me alivia y me redime de mí.

Hace menos de una semana regresé de un viaje flash a mi querida Ciudad de México. Allí viví 12 años muy a gusto. Lo que más me gusta de México son las personas que quiero y viven allá. Tampoco extraño nada de Venezuela, mi país natal, sólo a la gente que quiero y vive allá.

No soy, por los momentos, de las personas que se la pasa comiendo tacos ni arepas en el extranjero. Me parece genial que haya quien reivindique la comida de su tierra natal en tierras ajenas. A mí no me hace falta. Si estoy en Cataluña como comida catalana y ya está. No hago orgullo ni trauma de eso.

La inmigración puede ser un proceso duro para mucha gente, todo depende de en qué condiciones migres y a dónde llegues. A mí me mueven las ganas de conocer, de ver más allá de lo que puedan ver mis ojos. Me mueve el reto de reconstruirme desde cero cada tanto. Quizás sea medio kamikaze o contrafóbica, pero lo cierto es que aunque me he cagado del susto en las dos migraciones que llevo… si algún día vuelvo a sentir la necesidad de irme seguro me iré otra vez.

Por ahora, estoy muy bien en Cataluña. Ahora existe una circunstancia que antes no había: mi hijo vive también aquí. Eso es tan bonito, una circunstancia feliz. Ya había olvidado cómo se sentía tener a alguien de mi familia biológica cerca.

Hago mi mejor esfuerzo por disfrutar lo que hay cuando lo hay.

Invertí muchos años de mi vida luchando por cambiar las cosas. Concluí que es un desgaste innecesario. Las cosas tienen su propio ritmo. Es mejor invertir la energía y el esfuerzo en aprender a estar bien independientemente de las circunstancias. No soy pusilánime y quiero que el mundo sea un lugar más habitable y la humanidad una compañía más amable. Pero la lucha descontrolada y ansiosa no cambiará el estado de las cosas.

Como escribí en el post anterior, los seres humanos somos prescindibles y únicos al mismo tiempo. Yo me he empeñado en vivir con intensidad las emociones fuertes que acompañan a la migración, las bonitas y las feas. Creo que la vida es un entrenamiento. Así, cuando la muerte venga por mí tal vez pueda irme sin oponer resistencia. Porque la muerte vendrá por ti y por mí sin preguntarse por nuestras nacionalidades. ¿No crees?

Nadir Chacín
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2 comentarios

  1. […] 14) La sensación de tener tradiciones y costumbres […]

  2. […] se repiten en mi vida las (in)migraciones. Sin embargo, la Ciudad de México y Barcelona poco tienen que ver entre sí. O tal vez sí, quizás son hábitats similares en […]

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