© "Big Baby" (1930) de Grancel Fritz
© «Big Baby» (1930) de Grancel Fritz

a Venezuela, México y España

a Doppelgänger De Florentino Fuentes

«Auto-liderarnos: no esperar el líder. Cada quien es un líder que hay que respetar y hacer aflorar. Hemos de trabajar nuestra capacidad de contactar, conectar, compartir y co-crear. Trabajemos el camino de la libertad en vez del camino de la servidumbre. No hay dos personas iguales. Busca la singularidad y devén solidario con la especie. Si todos nos auto-lideráramos, no necesitaríamos líderes.» Pere Monràs

La práctica de la compasión es una de las cosas más difíciles de hacer hacia uno mismo y hacia los otros. Sin compasión, no hay conocimiento ni enseñanza ni aprendizaje sano. La auto-compasión nada tiene que ver con el victismismo o con andar por la vida con actitud de mártir. Cuando eres compasiva/o te conectas con los demás desde el entendimiento de tus propias fases oscuras, desde allí empatizas con la situación que viven los otros. Cuando sientes lástima te motiva la culpa, el sentimiento de superioridad o de inferioridad, producto de un entendimiento tergiversado de tu propia personalidad. Cuando eres compasiva/o verdaderamente te conectas contigo y con los demás, cuando sientes lástima sólo reaccionas desde el miedo, el miedo a tus propios fantasmas, el miedo a los demás o a lo que esas personas despiertan en  ti, el miedo al mundo.

¿Cómo saber cuando siento lástima y cuándo compasión?

Te cuento como me pasa a mí. Sé que estoy teniendo lástima y no compasión cuando me siento incómoda, cuando siento que lo que me está contando la otra persona me perturba, me hace sentir invadida, atacada, comprometida a actuar (cuando no quiero hacerlo) o me deja paralizada, cuando en vez de escuchar, sólo oigo… cuando siento necesidad de hablar (la mayoría de las veces: hablar demasiado), cuando no me siento en paz allí en compañia de esa persona. Cuando puedo conectar con el otro o la otra soy capaz de escuchar, de verme yo en la situación de la otra persona, en vez de criticar o ajusticiar al otro o a la otra, me permito -desde la escucha calmada- colocar todo lo que estoy sintiendo (bonito y feo) en un lugar sano dentro de mí. Cuando logro me conecto (veo, escucho, estoy, soy) y puedo preguntarle al otro o a la otra, sin presión ni demanda ni juicios: ¿Cómo podría ayudarte en tu situación para que te sintieras apoyado/a por mí? Eso es la compasión.

He aprendido que la culpa sólo me invisibiliza a mí e invisibiliza a mi interlocutor. La rabia y la ira hacen lo mismo. A veces tengo más capacidad para actuar de este modo y otras simplemente me desconecto. Cuando me desconecto, me abrazo yo solita por dentro sin decir nada, hago silencio y trato de empezar de nuevo a estar presente frente al otro o la otra. Si no lo logro trato de retirarme lo más pronto que pueda y digo: «no estoy en uno de mis días pacíficos y me está costando escucharte calmadamente».

La lástima y la compasión son estados del ser. Uno puede estar en cualquiera de ellos y un segundo después cambiar al otro. Me imagino a la compasión como un interruptor que apaga y prende un escenario sobre el que hay actores , muebles y escenografías. Aunque tengas el escenario en OFF los actores y las cosas siguen presentes, sólo que tú no puedes verlos. Sé que cuando no soy compasiva literalmente no estoy viendo bien, ni a mí, ni a los otros ni al mundo. Me empeño en cuestionar mis criterios cuando estoy observando algún escenario vacío: ¿habrá algo en él que temporalmente no estoy viendo? Opto por invertir mi existencia, cada vez que lo consigo, en aprender cómo apretar el ON de cada momento: me agrade o no me agrade el vai-vén de mi vida.

¿Qué es para ti la compasión? ¿Cómo saber cuando no estás siendo compasiva/o? Compártelo en los comentarios y si te gustó este post, por favor, compártelo en las redes sociales o por correo electrónico.

Buen jueves de libros,
Nadir Chacín
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imager.phpJueves de libros | “Ética de la compasión», de Joan Carles Mèlich, Herder Editorial, Ibérica, 2010.

«La ética es la respuesta a una interpelación que pone en cuestión el orden moral. Lo que nos convierte en humanos no es la obediencia a un código universal y absoluto sino el reconocimiento de la radical vulnerabilidad de nuestra condición y el hecho de no poder eludir la demanda del dolor del otro. No hay ética porque sepamos qué es el «bien», sino porque hemos vivido y hemos sido testigos de la experiencia del mal. No hay ética porque uno cumpla con su «deber», sino porque nuestra respuesta ha sido adecuada al sufrimiento. No hay ética porque seamos «dignos», porque tengamos dignidad, sino porque somos sensibles a los indignos, a los infrahumanos, a los que no son personas. La ética, pues, a diferencia de la moral, es la respuesta compasiva que damos a «los heridos» que nos interpelan en los distintos trayectos de nuestra vida, cuando bajamos de «Jerusalén a Jericó».» Herder Editorial


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