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| Reflexión sabatina |

Con la práctica de tratar de observar mejor lo que sucede mientras sucede, de estar más atenta, a veces, puedo ver lo dramáticos que nos ponemos los seres humanos. Nos engancha la intensidad del drama (si no hay, lo inventamos) porque la vida tal cual es ordinaria, equilibrada y sosegada nos aburre. Mientras más sufrimiento haya, o aparentemente haya en el tema o situación o escena o persona, más nos engancha, es como si el drama ajeno fuera alimentando el drama personal, a ese pequeño pero fuerte monstrico decadente que nos habita. Entonces el monstrico se hace cada vez más maldito, cree que es el Jefe y se pone demandante, quiere una dosis más fuerte como los yonquis. Por eso incluso cuando no hay drama lo creamos y potenciamos. Pensamos que si el monstrico deja de existir nosotros moriremos con él. Esta dinámica mental humana es nuestra mentira primordial (nuestra «enfermedad» ineludible) y, con mucho, la mayor fuente del sentimiento de separación y de enajenación en nuestras vidas. La salida quizá sea ponerle nombre al monstrico, entender qué le pasa, cómo actúa, aceptar que así actúa pues y no es tan grave, y luego agendar un día a la semana para peinarlo, sobarlo y cortarle las garras.

Namasté,
Nadir Chacín
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