Cenotes de Cuzamá
Cenotes de Cuzamá

A Paco

¡Una chica sabe cuándo necesita regalarse una aventura! Hace unos años, cuando vivía en la Ciudad de México, estaba pasando por una de esas etapas en que no te hayas, en que sientes que el trabajo te consume e inevitablemente notas que has caído en la rutina. Siempre he sido bastante «kamikaze», me gusta acercarme y exponerme a lo que me da miedo, así que decidí romper la inercia y hacerlo ya. Bajé muy decidida por las escaleras que conducían de mi oficina en la editorial hacia Recursos Humanos y pedí mis vacaciones. Fue una sorpresa notar que no había tomado vacaciones durante 2 años. ¡Es increíble como una se deja absorber por el trabajo! Unos días después estaba yo instaladísima en Mérida, una ciudad totalmente nueva para mí. Todo lo que veía era un estímulo primario, sin precedentes. Fue una sorpresa el movimiento cultural de la ciudad, coincidí con un festival de cine de arte estupendo al cual asistí casi a diario y también con la presentación de una nueva revista de literatura underground. Me escapé a casi todos los cenotes cercanos y tras varias visitas a Yucatán mis preferidos siguen siendo los de Cuzamá.
Lo mejor de aquel primer viaje fue un encuentro ineludible con mi propia naturaleza humana, con el dejarme compartir la vida con otro ser humano, sin tratar de controlar nada. Un día, al salir del Museo Macay, vi a un chico guapísimo caminando por la otra banqueta. Llevaba un sombrero de arqueólogo, una buena cámara colgada al cuello y tenía toda la pinta de ser un aventurero. Llamó mi atención enseguida y pensé que si lo conocía sería el culmen de mi viaje contra el aburrimiento. Sin querer vino a mi cabeza la pregunta incómoda: ¿Por qué se fijaría en mí habiendo tantas chicas exóticas en este lugar? Mientras me atormentada la idea de perderlo sin siquiera haberlo conocido (risas), el chico cruzó la calle y caminó directo hacia mí. Casi me muero de un infarto, me quedé petrificada y cuando dijo “Hola” con su musical acento chilango enmudecí. Al recobrar el aliento alcancé a responderle como un “Eh, eh, hola”. La experiencia mágica compartida que vino después de esos tímidos “Holas” cambió mi forma de viajar para siempre. Desde ese día cuando mi cuerpo, mi mente y mi alma me piden un cambio drástico de la forma en la que estoy viviendo, agarro mi maleta, busco destinos en internet, arreglo lo básico y salgo por la puerta con o sin compañía. Las chicas que saben responder al llamado de ese fuego eterno que habita en sí mismas siempre hallan el camino de regreso a casa. Esa casa vital, abstracta, mítica y sagrada que se llama Libertad.

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Namasté,
Nadir Chacín
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