Cada viernes buena parte de la humanidad siente que se escapará del agobio y la presión del trabajo y tendrá por fin unos días para el sí mismo, para la familia y para las cosas que más aprecia en su vida.
¿Cómo llegamos a esta realidad consensuada en la que el espacio personal de las querencias más profundas ha perdido valor y reconocimiento social?
Pareciera que quien disfruta del sí mismo y de sus seres queridos es un perdedor, un pasota, uno que tiene sus prioridades invertidas. Es cierto que el desempeño profesional es una fuente de satisfacciones y crecimiento personal, no obstante al volverlo un asunto codiciado y competitivo o una fuente de reconocimiento obsesivo y determinante por sí mismo, que sólo puede tenerse cuando lo colocamos por encima de nosotros mismos y de nuestras querencias, este termina conviertiéndose tarde o temprano en un territorio agrio, en el que el disfrute del hacer suele escaparse fácilmente.
¿Cómo regresar a tener espacios para el ser, para la contemplación o para la ternura sin sentir que «estás perdiendo el tiempo» o «perdiendo dinero»? ¿Cómo crear un torrente social y cultural que devuelva a la calma y a la tranquilidad personal y al contacto tierno y atento con los otros su exacto peso restaurador, de riqueza y de expansión de nuestra condición humana? ¿Cómo lograr que el trabajo deje de ser -para una gran parte de nosotros- el sistema de esclavitud del siglo XXI?
[…] esclavitudes del siglo XXI como el yugo de la explotación laboral, el «no llegar a fin de mes» o las hipotecas parecen «menos» tortuosas, sin […]