¿La motivación de dónde viene? Por lo visto no viene del qué hacemos sino del por qué lo hacemos.
Cualquier qué adquiere un talante diferente cuando se le viste de un por qué sustancioso, personal y significativo.
De pronto, el qué tedioso o difícil o desagradable comienza a legitimarse mediante una razón convincente, que impulsa a la acción.
Entonces en vez de pelear con el qué exploro la respuesta a la pregunta ¿cuál es el por qué del qué? ¿Por qué hago lo que hago? Luego el por qué comienza a parir para qué y por qué ahora (y no en otro momento de mi vida).
Sienta bien percatarse de que los por qué pueden ir cambiando aunque los qué no cambien. Y que también los qué cambian a veces sin que los por qué lo hagan. Otras veces, todo cambia, el qué y el por qué y también eso está bien.
He descubierto por fortuna que tengo algunos por qué instalados en el cuerpo.
Yo que socialmente formo parte de «los otros», que me alejo de los caminos trillados, también tengo mis recurrencias. Unas que llevan años haciéndome salir de la cama en las mañanas. Son unos por qué del tipo raíz a través de los cuales me alimento.
Recrearme en esos por qué radiculares me da una sensación sabrosa de triunfo existencial. De arraigo. De pertenencia. Así como no puede haber pensamiento sin lenguaje, así me motivo mí misma, me acompaño y me sé.
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La única manera de encontrarse, es conociéndose a una misma. ~ Betty Friedan