Si alguien te pide un consejo es porque: 1) desea saber tu opinión sobre un tema que le inquieta, 2) respeta tu criterio, 3) confía en que le ayudarás a ver las cosas más claras y 4) piensa que la/lo conoces lo suficiente como para ayudarle. Tus respuestas simples del tipo «Si eso te hace feliz, yo también seré feliz» o «Yo te apoyaré decidas lo que decidas»… no son de gran ayuda para tu amigo/a o pareja o familiar. Para decirlo sin rodeos: recibir este tipo de respuestas es lo mismo que no tener ayuda.
A veces por miles de temores e ideas erróneas… terminamos abandonando a los demás cuando más nos necesitan y casi sin darnos cuenta.
Quizás lo más amable podría ser no tomar el estilo de masacrar al otro o a la otra con nuestras opiniones, consejos y miedos basados en nuestras experiencias de vida (proyecciones) y no en los de la persona que pide consejo. Tampoco ofrecer como solución el «Me da miedo opinar» que viene disfrazado de «Nadie sabe mejor que tú lo que necesitas». Para dar amor a menudo se necesita valentía, coraje, atrevimiento, se necesita arriesgarse a vivir el vínculo que tienes con esa persona con profundidad… aunque a veces las cosas se pongan difíciles y haya que conversar muchas veces y tener paciencia para poder entenderse.
El ingrediente más importante es la voluntad mutua de construir el vínculo amoroso, la empatía y el estar atentos (atención plena o mindfulness) durante la conversación tanto a lo que la otra persona necesita como a lo que nosotros necesitamos en ese momento, y saber diferenciar las dos cosas. Para alcanzar ese nivel de encuentro entre dos humanos… hay que darse el tiempo necesario para sentir, auto-revisarse y reflexionar un poco… antes de responder a la demanda de consejos que ha hecho el otro o la otra.
P.D: Sí, te entiendo… no es nada sencillo relacionarse amablemente con otros seres humanos, pero vale la pena intentarlo.