Perdonar o no perdonar. Siempre que estamos enojades o resentides con alguien hay otra persona que nos insta a perdonar lo que esa persona hizo y perdonarnos a nosotres mismes. Nunca me ha gustado mucho el mandato social de «el perdón». Es como si perdonar fuera un requisito para que dejemos de sufrir. ¡Yo no lo tengo muy claro todavía! Así que he invitado a la filósofa Esther Charabati a mi blog. Sigo su trayectoria hace muchos años. Me encantan sus escritos y que pone la filosofía al alcance de todas las personas como una herramienta para la reflexión. Les dejo en buenas manos.

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Olvidar es una mala receta

Hay que saber perdonar. Eso dicen todos, aunque parece una tarea difícil. ¿Por qué tendríamos que perdonar a quien nos causó daño? ¿O a quien nos está haciendo sufrir o a quien nos provocó un dolor que padeceremos de por vida?

¿Por qué sería ilegítimo odiar con todas nuestras fuerzas cuando el odiado lo merece?

Le tenemos miedo al odio. Eso podría explicar que después del holocausto que costó la vida a seis millones de personas, los judíos se propongan “perdonar, pero no olvidar”.

Perdonar pero no olvidar

Esta parece ser la consigna de una generación que ha visto demasiados crímenes contra la humanidad para otorgar el perdón como si fuera un brochazo de pintura blanca en un muro manchado de sangre: no puede hacer “borrón y cuenta nueva”.

Si bien es cierto que a los individuos comunes no nos han otorgado el privilegio de negar el perdón —está reservado a los gobernantes y a Dios—, también lo es que nadie puede obligarnos a perdonar sinceramente. ¿Por qué tendríamos que hacerlo?

Los gobernantes indultan para mantener cierta paz social; las familias perdonan para hacer soportable la convivencia y no heredar odios que pueden estallar en las manos de cualquier generación.

Y los individuos, ¿en nombre de qué estaríamos obligados a hacerlo?

A veces no perdonamos porque tememos que la injusticia cometida no sea reconocida

Especialmente por el culpable. Y exigimos justicia, aunque estemos conscientes del desgaste que implica mantener el odio. En otras ocasiones, declaramos con altivez que “ya olvidamos”: olvidar es una mala receta, es alejarnos, “hacer como si” el resentimiento hubiera desaparecido, pero sigue ahí, esperando la oportunidad de resurgir.

Perdonar es suprimir el odio y enfrentar el pasado, pero ¿cómo se logra? Haciendo justicia. Ser justos es aceptar que el otro ha cometido faltas, sin reducirlo a ellas.

Quien traiciona no es necesariamente un traidor, sino una persona que cometió una falta. Generalizar de manera que la traición oculte al resto de ese individuo —sus otros actos, sentimientos y proyectos— es injusto, porque él no es sólo eso.

Cometió un error, y aunque el daño causado sea inconmensurable, sabemos que nosotros también hemos cometido errores y no queremos ser etiquetados por ellos; no somos sólo uno o dos actos equivocados, somos mucho más que eso.

Todos cometemos faltas y consideramos que merecemos el perdón, ya sea por haber actuado sin conciencia u obedeciendo a ciertos impulsos.

¿Significa esto que tenemos que perdonar todo y a todos?

La cuestión es más complicada. Si una persona cometió una falta debe recibir una sanción, independientemente de que yo quiera perdonarla o no: el criminal debe ir a prisión y el traidor sufrir la reprobación social. Es justo que se le imponga el castigo que le corresponde y de ninguna manera debe permitirse que ocupe el lugar de la víctima.

Tampoco yo debo usurpar el lugar del verdugo; para ser justo tengo que aceptar que no es mi atribución poner el castigo, sino creer en el arrepentimiento del culpable, que evidencia que él no es lo mismo que su acto, que asume su responsabilidad y reconoce su error.

Primo Levi, escritor sobreviviente de los campos de concentración nazis, resume así su postura:

“No estoy dispuesto ahora ni nunca a perdonar a ninguno (de los culpables) a menos que haya demostrado (en los hechos: no de palabra y no demasiado tarde) haber tomado conciencia de las culpas y de los errores del fascismo nuestro y extranjero, y esté decidido a condenarlos, a erradicarlos de su conciencia y de la conciencia de los demás. En tal caso sí, un no cristiano como yo está dispuesto a seguir el precepto judío y cristiano de perdonar a mi enemigo; pero un enemigo que se rectifica ha dejado de ser un enemigo”.

Eliminar la ponzoña

Reconocer que, en principio, todos merecemos el perdón, impide que el odio, auxiliado por la memoria, crezca de manera irracional y emponzoñe nuestra vida.

Perdón y olvido aceptan distintas combinaciones: perdonar sin olvidar nos permite seguir adelante con nuestras vidas, mientras que olvidar sin perdonar es diferir el momento de la venganza.

¿Qué opinas tú sobre el perdonar? Cuéntame. Cuéntanos. Si te gustó este post compártelo con tu gente en las redes sociales. ¡Gracias!


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Esther Charabati

Es licenciada en Filosofía y Doctora en Pedagogía por la Universidad Nacional Autónoma de México. Es creadora y coordinadora del único café filosófico de la Ciudad de México desde el año 2000. También lidera el proyecto «Filosofía en la ciudad», con el que busca llevar la filosofía al espacio público, fuera de las aulas, para reflexionar y pensar con personas interesadas en la filosofía. Puedes localizarla en su Facebook.


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