El modelo hegemónico que gobierna las relaciones humanas es patológico. Es la razón por la que la mayoría de las personas no pueden/quieren colaborar ni compartir entre ellas. Siempre hay alguien que nos dice que lo estamos haciendo mal, porque no nos adecuamos a las normas. Nos vemos obligados a reducir nuestras ricas vidas a sólo dos opciones: obedecer o disentir. Quien nos coloca en esa encrucijada está coartando nuestra libertad. Llámese como se llame: modelo relacional, sistema económico y político, escuela, pareja, padre, madre, hermanos, hijos, amigos, familiares, religiones, etc.

Si las personas se ocuparan de sus deseos vehementes, ese modelo relacional anti bien común no se replicaría una y otra vez. Cada ser humano tiene la obligación de ser consciente de sus necesidades neuróticas.

¿A qué le llamo “necesidades neuróticas”? A la insistencia de que las otras personas te traten y se comporten como tú quieres.

Esa es una lucha contra el mundo amable (que deseamos crear) y contra cualquier forma de vida. Vivir así anula a las personas. Incluso invisibiliza y daña a la persona que pretende que el mundo y la gente se acomode a sus necesidades. Colaborar y compartir es crear espacios para el Ser. No que otra persona te niegue esos espacios o pretenda que puede hacerlo.

Colaborar y compartir sólo se pueden dar en libertad.

Las personas involucradas han de elegir libremente hacerlo. Las circunstancias de la vida no son una cárcel o, bueno, a veces sí lo son, pero no debieran serlo para nadie. Por eso digo que el modelo hegemónico está mal montado. No permite que las personas sean honestas con los demás y mucho menos consigo mismas.

Si la otra persona no puede elegir cómo quiere vivir estando a tu lado, entonces no tienes con esa persona un vínculo amoroso, respetuoso ni igualitario. El amor es todo lo opuesto.

El amor es fluido como un río que corre por su cauce. Si le metes una piedra en su trayecto, el río buscará una manera de seguir fluyendo. La gente también.

Si el amor y el respeto de alguien hacia tu persona depende de que te comportes como esa persona quiere ¿es eso amor y respeto? No, ni en un sentido ni en el otro. Tú no estás amando, ni la otra persona tampoco. El amor necesita un terreno fértil donde poder florecer. 

Ese terreno es el respeto a mi existir como ser humano y al existir de los demás.  Los demás en tanto otros diferentes a mí y yo diferente a ellos. El amor es el respeto a la existencia de la diferencia. Es el derecho a la diferencia, su reconocimiento mutuo y vivo, expresado en acciones, no en palabras.

Si tu neurosis te rebasa y quieres convertir en reglas y normas lo que son sólo preferencias tuyas estás perdiendo la posibilidad de conectar con otros seres humanos.

¿Qué es Ser?

Tiene una/o que preguntarse de tanto en tanto poniendo el foco en una/o misma/o primero.  Nomás para reflexionar, revisar(se) y descubrir alguna que otra verdad nueva. ¿Es más importante conectar con las personas o que las cosas sean como las prefiero? Yo creo que lo vital es conectar.

Hay que aceptar que al mundo se le ven las costuras. La falsedad. Al mundo y a todos los que lo conformamos. ¿Podemos llamarle falsedad a la ignorancia de las necesidades propias? Puede que sí.

Las neurosis moldean los escenarios y a los actores de la obra y nos dictan al oído lo que debe importarnos o no. Eso nunca coincide con lo que hay debajo, lo que está tapando la propia neurosis.

Para colmo lo que permanece oculto es además la necesidad verdadera. Quizás ese engaño atisba el fuego de este modelo relacional tan chungo. Quemándonos irremediablemente. ¿En ese panorama globalizado acaso a alguien le quedan ganas de colaborar y compartir?

La colaboración en ese contexto es una osadía.

Si no soy capaz de abrir el corazón y decir lo que necesito la gente nunca se enterará. Pero si no puedo ver mi necesidad, si no sé que está allí, ¿eso en qué me convierte? Porque no dejamos de ser neuróticos, aunque tengamos algo de consciencia sobre nosotros mismos. ¿A qué hacerle caso?

Yo creo que la libertad tiene un aroma, un sabor. Tal vez esa sea la guía a seguir y respetar.

Si respiras profundo quizás sientas.

Todas las personas somos capaces de reconocer ese no se qué que da la libertad. Por más años que tengamos privados de ella.

Cuando hay libertad el cuerpo y la mente están relajados, no hay pulsión de defensa ni de huida, hay confianza. Es un poco como la historia del huevo y la gallina. ¿Qué es primero, la confianza o la libertad?

Cuando no confías en las otras personas no las dejas ser. Así de sencillo. Y está clarísimo el por qué. Si esas personas pudieran ser diferentes a ti y hacerlo a tu lado tú perderías el control que crees tener sobre esas personas.

Ya no tendría sentido esa historia obsesiva y neurótica que se repite en tu cabeza. Esa que te hace seguir insistiendo en controlar a los otros, controlar la vida o controlar lo que sea. Eso no es posible. Intentar e intentar provoca mayor sufrimiento.

Colaborar y compartir implica, como diría Humberto Maturana, que «ningún ser es negado en forma directa o indirecta como un otro que puede coexistir legítimamente con uno».

Cuando una de las verdades es demasiado incómoda…

Puedes elegir colaborar con los demás y que los demás colaboren contigo amigablemente. Esa es siempre una opción para ti, si la tomas. Es una opción mucho más sana que el control y la imposición, o el manejo de la culpa o el presionar a los demás para que te den lo que necesitas.

Cuando controlas, impones y manipulas el vínculo entre tú y las otras personas no se puede desarrollar. No lo hace porque no hay un vínculo como tal de sujeto-sujeto, sino uno de sujeto-objeto.

Estás convirtiendo a los sujetos que te rodean en objetos (cosificación) que están allí para satisfacer tus necesidades, como si fueran un móvil, un coche, una TV o una lavadora.

De hecho, cuando cualquier vínculo se ejerce a través de este modo Poder no hay espacio para que se cultiven el cariño, la complicidad y la colaboración.

Y por si fuera poco, la verdad es que en esa dinámica relacional también te estás tratando tú a ti misma/o como un objeto, aunque ahora no logres darte cuenta. Finalmente el descrito es un vínculo de objeto-objeto.

Sólo las personas que se tratan a sí mismas como objetos, pueden tratar como objetos a los demás.

Yo no quiero hacer cosas que no quiero hacer.

Tampoco quiero hacer cosas que honestamente no se me antojan para nada.

¿Eso me convierte en una persona egoísta, que no merece la confianza de los demás? Pues depende de quién pregunte y quién responda.

A mí me importa más mi opinión sobre mí misma, mi autoconocimiento y mi ética personal. Mi causa es hacerme cargo de las consecuencias de vivir mi vida como yo quiero y necesito.

Cuando el modelo hegemónico está podrido desde las bases y va en contra de la dignidad de las personas lo hábil y ético es rebelarse.

Siempre estoy lista para asumir hasta la más mínima consecuencia de mis decisiones. También de mis acciones. ¿Por qué lo estoy? Porque me ocupo de mí, me cuido y me doy a mí misma lo que necesito.

No me agrada pasarle facturas a nadie ni a nada por las cosas que pienso y siento. Lo que pienso y siento es mi responsabilidad, independientemente del comportamiento de los demás.

Soy la dueña de mi vida y eso es complejo y alegre. También soy la dueña de mi muerte. Decididí serlo hace mucho cuando entendí que si la muerte viene por mí nadie se irá con ella en mi lugar.

Poco a poco iremos creando un mundo de matices, soltaremos la postura antagónica y abrazaremos la alegría de ser diversos. Habrá espacio para una rebelión serena y madura. Pero, al principio del camino del autoconocimiento, quien no se mueve «no siente las cadenas».


Ya se acercan las fiestas navideñas. Te sugiero escuchar estos dos podcasts que grabé especialmente para esta época del año. Te ayudarán a crear junto a tus seres queridos unas fiestas donde realmente se pueda colaborar y compartir.


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1 comentario

  1. […] Cuando estás con tu mascota no te sientes “observada/o”, ni comprometida/o a ser alguien que no eres, sutil o abiertamente presionada/o. ¿Cierto o falso? Piénsalo y experimenta la comparación entre esos dos estados. En un vínculo hay conexión y en el otro “vínculo” no. […]

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